Duele el corazón cada día que acudimos a acompañar a alguien con la certeza que quizás sea la última vez que lo veamos físicamente, que disfrutemos de su compañía.
Porque los milagros existen, y hay remisiones y curaciones de enfermedades con pronósticos muy negativos, pero los milagros desafortunadamente, son pocos.
El camino de despedir a nuestro ser querido es muy largo, aunque se trate de días.
Como duele amar con fecha de caducidad, nunca estamos preparados para dejar marchar y sin embargo esa es la mayor certeza con la que vivimos desde que nacemos.
Porque la vida y la muerte van de la mano, aunque elijamos mirar hacia otro lado.
Y ahora que estás en esa cama, pienso en todas las cosas que nunca hicimos.
Y ahora que estás en esa cama, pienso en todas las veces que no te dije lo mucho que te quería.
Y tú me sonríes como si nada sucediera, y yo no sé si lo haces para consolarme o porque realmente no sabes lo que ocurre.
Y yo no sé si mañana volveré a verte, pero sé que te acompañaré hasta el final y que ha sido un privilegio tenerte en mi vida.
Nunca hay despedidas fáciles, pero cuando llegue el momento te miraré a los ojos y te diré que todo está bien, porque todo va a ir bien, que te amo y que ha sido maravilloso todo lo vivido.
Esta noche he soñado contigo, me hablabas desde las estrellas y seguías sonriendo.
Y sé que te tengo que dejar marchar y que después comienza un camino nuevo para mí, que serán tiempos difíciles pero lo superaré porque tu amor me seguirá alimentando al alma.
Ese amor, el que nos une a los que amamos y compartieron nuestra vida un día, es inmortal.